Hoy quiero ver al Maestro de Maestros, como una pieza más de su propia obra, una abstracción que escindo de su propio contexto pictórico y de su contexto vital. Quiero verlo precisamente en la abstracción, en la que significa buena parte de su obra -sobre todo los grabados- y la que él mismo se hace así mismo como si fuese un autista, un automarginado dentro de un mundo palatino, cortesano, eclesiástico, de militares franceses y españoles, de una clientela a la que sirve y de la que tanto lucha dejar constancia de su personalidad,  en la amistad, no en el servilismo, y como es sabido, en su perpetua lucha por su libertad de artista.

Lo quiero ver dentro de su Laberinto -externo e interno- como un Teseo frenético, ansioso por que se salgan sus personales de las dimensiones de sus murales -aunque sean bóvedas de iglesias y catedrales- por que lo hagan de sus óleos sobre lienzos, de los papeles de sus grabados, en el momento justo en que presiona con fuerza sus buriles sobre las planchas de cobre, les vierte el ácido que los muerde, los estampa con presión contra los tórculos.

Él mismo se ha constituido en su propio Laberinto, una estructura mental que ha creado y de la que para salvarse sólo existe crear y crear aunque sea autodestruyéndose, renovándose, volviendo a nacer, volviendo a morir, resucitar,…y así sucesivamente en un bucle con escasas salidas a la felicidad, a la otra que no se encuentra en el Arte, sino en la Vida.

Pero no quiero salirme del tema de la abstracción –de momento pictórica- a la que llega y en consecuencia al Arte Abstracto que no sólo anticipa, sino que él mismo practica, porque rompe por completo la composición, la destroza, hace pedazos, multiplica con figuras y formas secundarias y terciarias con respecto a la de los primeros planos por la derecha, por la izquierda, por arriba o debajo de la escena principal. Superpone las imágenes o las deja a medio terminar y por encima de todo, no se ajusta a ninguno de los realismos conocidos hasta sus días.

En cualquier caso esta manera de proceder, le acerca más o le conecta, con el Arte de los Primitivos Paleolíticos, con los palimsestos que se producen mejor que en otra parte, en los cuadernos de borrador y no en la obra acabada como las que da por tal, siguiendo este método singular que no distingue entre asuntos prioritarios o secundarios, ni si los fondos que tienen que ver con la escena principal, considerando que la haya y que no sea de varias lecturas confusas, mejor que claras.

Hasta entonces, los dibujos desordenados y caóticos enfrentados al orden y a sus jerarquías, se hubieran considerado unos simples bosquejos, apuntes en mayor o menor grado de terminación, bocetos, pruebas de artista (o ni siquiera), pero ninguna Academia del Buen Gusto los hubiera aceptado, ningún coleccionista adquirido, ningún editor publicado, a no ser que fueran tan raros como él, tan excéntricos, avanzados, radical y voluntariamente diferentes.

¿Es esta la razón –o una de ellas- por las cuales él mismo se encargaba de imprimir sus grabados?, ¿acaso no es también que por estas razones, él mismo se encargara de venderlas en su propio domicilio de la Calle del Desengaño, Nº 1, de Madrid  (¡vaya nombre para una biografía que se desarrollaba en ella!).

Pero este primitivismo no será ni remotamente parecido al que usarán casi un siglo más tarde, los Vanguardistas de la Primera y Segunda Escuela de París, ya a principios del XX, porque ellos ya habían bebido de él, como lo hicieron de los surrealistas al pie de la letra o los expresionistas en los lugares más remotos del Planeta, porque todo eso ya estaba en GOYA.

Será también por esa mezcla de estilos con los que se despacha o se surte “a lo loco”, sin prescripciones ni cuaderno de bitácora para sus grabados, por lo que la precisión va a ir  despareciendo, dando lugar a una insinuación mejor que a la representación completa.

Serán fragmentos que surgen –o tal vez se ocultan- como si fueran espontáneos, haciendo que al desaparecer las formas y con ellas los estilos, la abstracción vaya ganando terreno.

La figura se abstrae pasando a ser no sólo parte de los fondos, sino que va a cubrir a veces la mayor parte de la superficie pictórica, destinada al dibujo o la pintura, que era lo tradicional hasta entonces.

Desde ese momento pasará a ser uno –otro- de los protagonistas de la obra, porque es él el que está dentro y porque su propósito es extorsionarla al máximo, llevarla a los límites de la representación. Su ruptura no sólo es intencionada, sino que con este sistema anárquico total, va a obligar a las imágenes hasta el punto de casi disolverse, evanecerse o desaparecer.

Esta abstracción no es geométrica, ni cromática, sino más bien gestual, autogenerativa, automática, lineal, a pulso.

De nuevo será en esta pintura rápida –y aunque no lo parezca, en este tipo de grabados al que nos referimos y en sus dibujos definitivos-  y será la espontaneidad que surge,  y ahora sí, de su yo más oculto, por lo que vamos a verle como un abstracto psíquico, surgido del subconsciente mejor que de la conciencia o la fidelidad a lo que se ve con los ojos y no con los de la mente, del espíritu o del alma.

De ahí al surrealismo no hay nada más que un paso y él lo da desde luego, no se va a quedar con la miel en los labios, sino que profundizará, indagará en cuantas resoluciones distintas y vueltas de tuerca pueda darle a las formas, porque ya lo dijimos GOYA es un constructivista que deconstruye, o a la inversa.

El surrealismo entendido como una fragmentación del intelecto, supone ese vínculo con lo abstracto en el sentido que le estamos dando. Una ruptura con lo conocido y por tanto un encuentro con lo desconocido, con lo que no tenía aún los nombres que le hemos asignado. Una invención dentro de otra, una Hydra dentro de otra porque así, en los márgenes, es donde se encuentra precisamente la abstracción plástica y la vital.

Si en el artículo anterior ya apuntábamos como el surrealismo y la abstracción van a ser dos de las características definitorias de su estilo, en este, los extendemos a su persona. El “desengaño” no es sólo el nombre de una calle, es la causa de toda la ruptura que él supone. Las Pinturas Negras de la Quinta del Sordo, las abismales de sus últimos años, las frenéticas en realidad de toda su vida porque incluso en un retrato cualquiera, está esa fuerza que saca al protagonista del cuadro y a él como autor para prolongarse en el tiempo.

Titulé este texto “La Abstracción de GOYA”. Lo hice en el doble sentido de su obra y de su vida, pues si parte de su obra lo es, él mismo se abstrae -se oculta-  en ella. Pues eso: feliz verano.

                                                                                                                                                             TERESA LAFITA